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“El teatro es el espejo de la sociedad”

La actriz catamarqueña mantuvo una charla distendida en el Teatro Calchaquí, habló sobre su trayectoria, sus años como docente, su carrera, el momento actual del teatro, y sus ganas de vivir en las tablas.

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Desde el Teatro Calchaquí, se ve un auto parar y baja una mujer con sombrero y flores; una túnica de colores vibrantes, con un porte diferente. Apenas ingresa todos la saludan, un joven a cargo de la sala le pregunta sin tutear sí a las 20 comienza su taller, que la sala estará desocupada para su hora. Ella, con una expresión inmensa, y su rostro marcado por las fronteras de sus años, dice: “M’hijo es del diario, me van a hacer una entrevista, con todo”.

Apenas pone un pie en el teatro todos la reciben, sale Roberto Alvarenga, y la saluda caracterizado con su personaje en la obra “La mesa está servida”. En su bolso trae todo prolijamente cuidado, un cambio de vestimenta, su botella de agua, el encuentro es con una artista.

Todos la tratan de usted, pero saben que ahí entra Gina.

Gina Bellincanta, tiene 50 años de teatro y 30 de vida, así lo dice. Su vida la dedicó a la enseñanza y al teatro.

Relata su existencia, como quien describe su diario íntimo, con pausas de aquello que ella dice “lo prohibido”, fragmentos de obras que protagonizó, libretos que recuerda intactos, anécdotas, los amores, sus hijos que tienen un lugar especial en cada momento de la nota.

Gabriel García Márquez dijo: “A partir de cierta edad, cualquier cosa que uno escribe ya forma parte de sus memorias”. Podría decirse que hablar con Gina, conocerla es distinguir a una mujer emblemática de nuestro teatro.

Durante toda la charla, no se aparta de la interpretación, ella misma es un personaje caracterizado que inventó y en el que creyó para salir adelante, para “zafar”, como relata y hacer lo que le gustaba desde niña.

Trabajó con todos los directores de teatro, incluso con los más jóvenes como Carlos Medina, Federico Carrizo, pero fueron dos de los grandes dramaturgos quienes fueron su real inspiración, Carlos Martini y Héctor Pianetti.

Gina es una mujer de fe y al comenzar la charla dice “soy agradecida de la vida”. El teatro le permitió vivir otros mundos, imaginar e interpretar historias, que le permitieron “estar dos escalones más arriba de lo común”.

– ¿Cómo fueron esos primeros pasos en una época donde imagino que había muchas limitaciones?

No me dejaban nada. Cuando era chica, creo que iba a primer grado, le decía a mi abuela que me deje cantar por radio. Antes se decía así, y la abuelita me decía, no querida, eso hacen las locas, cómo va hacer eso. No me dejaba ir, pero sin embargo me enseñaba, me aprendí el tango El Pañuelito, El Caminito, Madreselva en Flor, pero como yo sentía que ya lo sabía, me subía en una mesa lo cantaba y le decía, porque no voy a la radio…Ya tenía esa orientación y esas ganas de estar dos escalones más arriba de lo común, esto te lo juro por Dios que lo he tenido toda la vida.

– ¿Cuándo se transformó ese deseo de la niñez en una elección?

Me costó muchísimo porque yo me casé muy joven, no había cumplido dieciséis años. Entonces ahí ya murió el teatro, se me fueron las ganas, pero a mi hermano lo hacía estudiar la propaganda de una mermelada que se llamaba Sirio y que decía: “lo que confitura da Sirio lo conserva”. Y mi hermano me decía para qué me enseñás eso, y le decía, es que tenés que saber porque esto se llama teatro. Nadie me dijo nunca nada…

– Y te casaste a los 16 años ¿Y qué pasó?

Me dediqué a los hijos, querida. Vinieron uno tras otro, son tres. Bendito sea Dios, son sanos, inteligentes, trabajadores, familieros, no puedo decir nada de ellos.

-Y cuándo tomaste el teatro…

Cuando me recibí de la secundaria y dije ahora empiezo yo, me toca a mí.

– ¿Cómo fueron los primeros pasos en el teatro?

Como tuve que dejar de estudiar, salí en tercer año de la escuela Normal y tenía que hacer cuarto y quinto para recibirme en la secundaria. Me inscribí en la escuela de Comercio a la noche, que era para adultos. Y después dije qué hago, voy a probar con Asistente Social, porque me gusta mucho la vida de las personas, la comunicación, la vida de la gente, a mí me gustaba el teatro o sociología, pero como acá no había esa carrera, entonces fui a estudiar Asistente Social, pero no me gustó. Tenía una mesa de trabajo por Av. Alem, donde termina la calle y otra en Parque América, cuando todo era monte. Pero no me gustaba la pobreza que veía, notaba que el asistente social hace solamente papeles, pero no podíamos dar nada, entonces dije, no me gusta. No me gustaba ver tanta miseria. Tiempo después, vi en un diario la propaganda de inscripción a un taller de teatro que dirigía Oscar Carrizo, y comencé. Nunca terminamos de aprender teatro, jamás, mi primera obra era larguísima, La Irredenta, en los ´80.

Entre el drama y el romance

El actor, docente y director teatral Oscar Carrizo, fallecido dos años atrás, fue el comienzo para Gina, pero sus primeros pasos no fueron fáciles. La actriz quedó huérfana de madre muy chica, fue criada por sus abuelas y tías, porque su padre se fue a trabajar a las minas de Malargüe en Mendoza y se quedó con su abuela materna. “Nosotros no sabíamos de sueldos, si se ganaba mal o si alcanzaba, en esa época sólo vivíamos la infancia, la juventud verdadera, no había esos apremios, que ahora tiene expectantes a los chicos”.

“Me inscribí en el taller y vivía obnubilada, pero nada era eso, me divorcié del padre de mis hijos y después tuve al señor que era medio bruto y no le gustaba que hiciera teatro hija, no imaginate, habrá pensado que iba a salir abrazada con actores en el teatro; pero yo recién estaba empezando a hablar del teatro”.

Con Oscar Carrizo, hizo su primera obra, pero cuenta que no le gustó al hombre que era su pareja y “me iba divorciando de todos los que no le gustaba el teatro”.

Gina se recibió en la Escuela Oscar Ponferrada y después con la nueva Ley Federal de Educación, en los ´90 que incorporó las materias artísticas en las escuelas, comenzó a dar clases. Enseñó en todos los departamentos del interior, pasó por varias escuelas, incluso se jubiló como docente.

– ¿Cómo era el ambiente de entonces?

Era un grupo reducido, el mismo grupo toda la vida, el Dr. Pepito Herrera, Monayar, todos los del centro, eso nomás eran…

-Una élite burguesa…

Si les gustaba, todo bien y si no aplaudían, era una élite, y yo empecé a trabajar con Oscar y le decía es como que doy en una pared y vuelvo con lo mismo, entonces me dice vaya a la escuela de Teatro, yo ni sabía que existía. Claro, la Ponferrada, en Vicario y República, en la misma esquina, estaban Oscar Carrizo, Blanca Gaete, Manuel Ahumada, Miguel Ángel Rodríguez, era alumna de ellos. Estaba la señora de Soria, quien era la directora y hacía más bien hincapié en la poesía. Antes era importante que una hija una niña sepa recitar poesía, pero después fui cambiando.

-Existe un artista que se construye en otro tiempo generacional, que vive otras ideas en su piel, que cuestan de construir, pero había que hacerse en ese tiempo…

Ahora hay cosas groseras en el escenario, vi obras en este último Festival, que cuentan, por ejemplo, cómo llegaron a la homosexualidad y el final es el beso entre ellos, como un final feliz, pero para esta Ciudad “mierda”, no es todavía.

-Todavía tenemos prejuicios…

Catamarca es así, porque los primeros gobiernos han sido los curas, ellos tenían el primer medio de comunicación masivo, y esa era una fuerza muy grande y los políticos estaban después que los curas.

-Te tocó atravesar la Dictadura ¿Cómo viviste esa época?

Tenía mis hijos estudiando en Córdoba, yo trabajaba en la Escuela Especial y cuando me recibí me pasaron a la dirección del Polimodal, pero a mí no me molestaron.

-¿Y el despertar de la Democracia?

Una brisa fresca. Que nos dio las ganas de seguir haciendo, recuperamos la libertad, tampoco estaba vinculada a lo política, sólo hacía teatro.

– Son solidarios en el ambiente teatral catamarqueño…

Sí, lo somos, pero cuando estamos arriba del escenario ahí se ven los egos.

-Qué te gusta del teatro actual, lo que está en sala…

Me gusta el trabajo de Macarini, el tipo es de Tucumán, pero hizo todas las obras de los dramaturgos catamarqueños, trabaja muy bien, dice que se retira, pero tuvo muchos problemas por ser como es.

– ¿Cómo te llevás con tus colegas? Blanca Gaete falleció hace poco…

Cuando está hecho el grupo está bien, es lindo, todos nos tenemos que ayudar, nunca tuve problemas con nadie ni con el director ni con los compañeros de trabajo.

– ¿Qué es el teatro para vos?

El teatro es la oportunidad del ser humano de mostrarse y de servir como espejo a la sociedad. Nosotros ponemos todas las historias, el borracho, el marginal, un folclorista, y ahí todos están mirando, porque el teatro es el espejo de la vida.

-Y en tu vida…

Significó una parte de mi vida, un bálsamo, es lo que me gusta y cuando veo que las cosas están mal hechas, sufro y las digo encima. A veces se enojan, ahora hay muchos que dicen que hacen teatro, pero hacen cosas superficiales, en cambio con un Macarini, te podés sacar el sombrero.

-Qué significó la oportunidad de volver a la comedia, con Carnaval del Diablo, en esta etapa que atravesaste tanto, después del confinamiento…

Me gustó. Es una obra de Ponferrada que da para mucho más, la gente aplaudió de pie, pero bueno fue un libreto corto adaptado para que guste, pero lindo…

– ¿Hay batallas que ya no se dan?

Al contrario, si veo que hay un imposible, digo vengan a mi casa vamos a ver dónde ensayamos, preparo café, pizza y zafamos.

-Creés que se trabaja poco en el libreto, que falta el ABC de la historia, como que todo es una adaptación a esta vida light, ligera…

Como Los Mirasoles, yo veía a las viejas de mi casa en esa obra, mis tías tenían las jaulas de los pájaros en la pared en un patio inmenso y le daba las semillas de girasoles a las reinas moras, al zorzal y algunas semillas caían abajo y después de unos meses había en las macetas unas plantas inmensas, salían los girasoles en las macetas que caían, era tal cual un pasaje de la vida, de 1900, que la señora dueña de casa quería que su hija se case con algún porteño, que no sea de acá, pero aquí había un campesino enamorado de ella. Y por otro lado, estaban las luces de la Ciudad, el brillo, que tengan otra ropa que hablen de otra manera, y eso éramos en Catamarca. A donde iban a pasear las señoritas, al frente del Ferrocarril porque ahí llegaba la gente y alguno que te pueda mirar y gustar.

-Y con qué nuevos paradigmas, tabúes y prejuicios se ve al teatro actual ¿si los hay?

No veo tabúes, al contrario ahora se hace un teatro muy explícito. Ahora se cuenta hasta una masturbación, se perdió el misterio.

– ¿Qué personaje te gustaría hacer?

La Venecia, pero me sacaron ese personaje, ahora la hace un actor, pero bueno yo veo una obra romántica de una gringa que se tuvo que venir a Catamarca y puso un prostíbulo y se fue empobreciendo, quedó ciega y sus sirvientes le dicen que la volverán a Venecia para ver al Giacomo.

– ¿Qué cualidades tiene tu interpretación en su carácter de actriz?

A mí me gusta lo romántico, me gusta el sufrimiento, Violeta Parra fue emocionante, terminé con las lágrimas en la quijada. Tengo experiencias hermosas, hay que ser feliz con lo que se tiene, nada más. Mi paso como maestra en la cárcel, fueron cuatro años muy importantes, con el taller de teatro hicimos Bernarda Alba, hicimos el vestuario, habíamos logrado sacar a esa gente, eran otras personas mientras actuaban…

– Y lo de Claudio Soto, ¿cómo te llegó?

Era un chico tan bueno, no sé qué le pasó, él a veces caminaba sobre la cornisa con Los Egocéntricos, esto es Catamarca, pero jamás debió tener ese final.

– ¿Qué opinión tienes del feminismo?

No estoy en todo. Me fueron a buscar, pero yo les dije, ustedes vienen y yo recién voy. Hay muchas cosas que no me gustan, ¿cuál es la libertad que se busca? También hay cosas en las que nunca seremos iguales que los hombres y, por otro lado, estos movimientos que vienen del extranjero y que hay que mostrar para que se den ciertos cambios, no es fácil. Yo formo parte de una generación que nunca fue al baile, en mi casamiento mis tías tenían sombreros negros, parecía una fiesta de Drácula, vengo de otra época.

– ¿Cómo se define la Gina mujer?

Mandona, luchadora, autosuficiente al mango, desde que nací, jamás le pedí nada a nadie, ni a mis hijos ni a un hombre.

– ¿Creés que eres reconocida en el ambiente?

Poco. Cuando hago un balance, pienso no sé si Blanca tuvo las obras que hice yo, jamás fuimos rivales, pero ella sólo enseñó en la Escuela de Teatro, pero yo salía a las escuelas, interactuaba con otras materias como literatura, en Huaycama, Santa Cruz, El Portezuelo, Las Esquinas…

-En lo profundo, donde había que llevar el teatro a esos lugares…

Un director me dijo, usted Gina hace hablar hasta las piedras. A todos mis alumnos los llevé de viaje, salíamos hasta cuatro grupos, con los padres, los docentes.

-Es decir tu vida está entre la docencia y la actuación…

Siento que la gente me aprecia mucho, que me mencionan, una vez viene a casa María Pesacq y me dice te traje este diploma, ella me dice -yo no trabajé me inscribí y todo en esa obra, pero no trabajé, con el Instituto, pero me lo dieron-, yo los llevé de gira y no lo recibí le dije, esto tiene tu nombre, de ninguna manera.

-Tal vez porque no sacás chapa, viste a veces es una sociedad que te lleva a levantar cabeza, a trepar…

Puede ser, yo no fui trepadora, lo mío fue la enseñanza, la actuación.

¿Cómo te gustaría que te recuerden tus pares y los tuyos?

Con lo que hice durante la vida.

Que no fue poco.

Texto: Colaboración de Carolina Melnik

Fotos: Ariel Pacheco

Con Pianetti y los grandes

Acompañó a todos los directores de teatro de Catamarca. “Trabajé con Oscar Carrizo y con mi ángel divino Pianetti”, cuenta. Pero también se formó con el gran Rafael Nofal, un reconocido director teatral, docente y dramaturgo, importante referente de la cultura en el Norte argentino, que falleció en octubre. “Como trabajaba en Catamarca, él me dictaba clases los sábados, todo el día, no me dejaba ni ir a comer, estábamos hasta la noche y el domingo a las 6 de la tarde tomaba el colectivo de regreso”.

Gina participó en cada edición de la Fiesta Nacional de Teatro, recorrió el país con cada obra que integró. Y a pesar de su devoción por Héctor Pianetti, quien la puso al frente de la Cooperativa “El Taller”, asegura que fue Manuel Macarini, el director que logró sacarles el jugo a sus personajes.

“Llegó un momento, que Manuel vivía en mi casa, fui la primera actriz de la Comedia Musical, hace casi 30 años, él me marcó con la obra “Aparición en Londres”.

La obra se estrenó en el Teatro del Sur, hablaba de una niña a quien se le aparecía la Virgen y nadie le creía.

Con la Comedia hizo “El Servidor dos Patrones”, actuaron en Santa Fe y Rosario, donde asegura que hicieron “temblar al escenario” los artistas catamarqueños.

“Fue una época maravillosa, dirigida por un loco como Macarini, y lo digo sinceramente, todos somos un poco locos, con diferentes pasiones, pero con un impulso que uno tiene para hacer bien, para no zafar y hacer las cosas bien. Pero es en la búsqueda del perfeccionamiento del trabajo”.

Pero también, la marcó la obra dirigida por Pianetti, sobre la vida de Violeta Parra, de Beatriz Mosquera.

“Tengo muchos trabajos con Pianetti, pero esta obra es la más querida, era una historia de mucho sacrificio, pobreza y de amor. Pianetti es más que familia, cuando él estaba enfermo, internado y grave, y como veía a su mujer día y noche que estaba a su lado para no dejarlo solo, yo iba y le llevaba la comida. Sufrió mucho y yo me hice la responsabilidad de llevarle la comida, porque los médicos ya dejaban que le den lo que más le gustaba, y él estaba en la cama y cuando me veía llegar, levantaba la cabeza para ver si llevaba la bolsa de comida. Héctor fue mi familia”, recuerda con la voz cortada.

Así también lo considera a Macarini, en las paredes de su casa nacieron Los Mirasoles, una obra de bronca, considera porque le habían rescindido el contrato en la Comedia. “Hay cosas que con la mujer ya no van, no se pueden hacer y menos ahora”, asegura.

“La obra fue un exitazo, ganamos el provincial de Teatro, el nacional, nos fuimos a Mar del Plata, ganamos un premio en Canal 7 y actuamos para todo el país, esto fue hace 20 años atrás. Me acuerdo que había cosas que no te gustaban, o que no te da el cuero, y la exigencia está, los directores son los directores, a veces lloraba y seguía trabajando, pero entendía el momento”.

Una actriz única

Gina Bellincanta es una actriz atemporal, todoterreno, formó parte de más de 20 obras teatrales, incluso tiene un pasaje por varios cortometrajes: Un Rabioso, de Leonardo Benjamín Sosa, La Cruz de Leviatán; La Fiesta Clandestina, formó parte de la película Concepción, filmada en la Hostería de Concepción, con una productora de Buenos Aires, durante la pandemia se estrenó por zoom.

Ganó el premio Mejor Actriz, en el concurso de 30 cortos del Noroeste Argentino.

La actriz lamenta que, en los últimos Juegos Evita, el teatro no haya tenido representantes, “todas las escuelas de Catamarca tienen profesores de teatro, pero es increíble que sólo un chico se haya presentado. Nos sirvieron café, el certificado, para nada”, asegura.

Como egresada del Instituto Nacional del Teatro de Tucumán, ganó una beca, dos veces obtuvo esa oportunidad, y realizó cursos con Federico de León en Jujuy.

Fuente: https://www.elancasti.com.ar/revista-express/el-teatro-es-el-espejo-la-sociedad-n541818